Uno de los países pioneros en la utilización del sable para sus ejércitos fue Hungría. Las invasiones turcas a finales del siglo XV, mostraron a los húngaros el empleo de una caballería ligera y armada con alfanjes, modelo que pronto imitaron y al que dieron tanta importancia que su ejército se organizó primero con la mitad de sus efectivos, regimientos de Húsares, y más tarde la casi totalidad de su ejército. De esta manera igualaban a sus enemigos en las tácticas de combate. El armamento del Húsar era el sable curvo muy afilado y la lanza, una cota de malla y un casco a imitación de los modelos turcos que le cubría la cabeza.
Durante todo el siglo XVI y XVII, en el resto de Europa, el empleo del sable por los ejércitos no va a estar muy extendido, siendo más partidarios del uso de la espada.
En España el uso del sable fue muy restingido durante esta época, ya que hasta la creación de los regimientos de húsares hacia 1705 ya bajo el reinado de Felipe V, no empieza esta arma a hacerse popular. Esto ni indica que estas armas fuesen poco conocidas, todo lo contrario, durante muchos años el poder poseer estas armas llegadas desde oriente hasta el continente era un deseo muy generalizado, que además distinguía al propietario.
La aceptación definitiva en Europa del sable como arma para la dotación sus ejércitos, se va a deber a un hecho histórico: la compaña de Egipto llevada a cabo por el ejército francés. Terminada la compaña de Italia en octubre de 1797, Napoleón Bonaparte es nombrado General en Jefe de un ejército destinado a impedir en tierras de Egipto, el paso de los ingleses hacia la India. Llegó a Alejandría el 1 de julio de 1798 y el 21 de ese mismo mes se libró la Batalla de las pirámides, donde se dispersó a la caballería de élite egipcia. Durante esta campaña habían llamado la atención los sables empleados por los Mamelucos, fabricados en acero de damasco. Conseguidas estas armas como trofeo viajaron a Francia, donde gozaron de una gran acogida y fueron el capricho y la moda de la oficialidad francesa, haciéndose extensivo al resto de Europa.
Este tipo de forja no tiene un origen determinado. Algunos autores la sitúan en la lejana China, otros en Indo-Persia, otros en Siria, de cuya capital Damasco recibe el nombre.
En España fue durante el reinado de los Omeyas, siendo Emir Abd Al-Rahman II, que procedentes de Siria llegaron unas armas bellamente trabajadas y de una calidad superior a cuanto se conocía. El Emir, impresionado, fomentó la fabricación de hojas con este tipo de forja en la península.
Los hechos de armas contados por testigos presenciales aumentaron la leyenda del poder de éstas. Estos relatos dan cuenta de la impresión que producían las heridas de estas armas y el porqué del deseo de obtenerlas, tanto como trofeo como para su uso. Por algunos ejemplares llegaron a ofrecerse cuantiosas sumas.
Resultado de lo anterior, la demanda de sables "a la oriental" se impuso, por lo que los centros de fabricación oficiales y talleres artesanales se volcaron en la producción de estas armas. Francia que era el estandarte de la moda de la época, fue prontamente imitada por el resto de Europa.
Con este estilo se fabricaron ejemplares de lujo, recibiendo el nombre de Sables de Presentación en los que las guarniciones, la cruz o defensa y las empuñaduras se fabricaron en metales y maderas nobles, oro, plata, marfil, hueso y otros. Las hojas no siempre forjadas en acero de Damasco, solían estar pavonadas a fuego al azul y con dibujos y leyendas dorados a fuego, las más sencillas con grabados al ácido. Es la edad de oro del sable en Europa, que va a dotar tanto a la caballería, como a la oficialidad y tropa de infantería, hasta casi desterrar a la espada.
Poco a poco, a partir del último tercio del siglo XIX, el sable va perdiendo protagonismo, viéndose relegado como parte de la uniformidad para desfiles. Su forma va a cambiar empleando una hoja lugeramente curva con poco o ningún filo, que va a ser utilizado para herir de punta. A excepción de la caballería va a ser de uso es revólver o pistola, mucho más prácticos. En Europa la Gran Guerra de 1914-18 fue el último episodio de su empleo.
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